Una forma de escribir poesía

#Francisco Marzioni
6 min readFeb 13, 2024

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Durante las clases del Taller de Poesía Contemporánea que coordino todos los lunes, conversamos sobre el El Libro de los Esbozos de Jack Kerouac, donde el autor compila sus borradores durante ocho años. El ejercicio consiste en tomar notas utilizando el método “objetivista” donde se registra un hecho o simplemente un lugar especial catalogando lo que se percibe, en una lista aparentemente inconexa. El poeta, luego, más tranquilo, puede reconstruir la situación con sus notas e imprimirle el sentido poético.

Esta edición bilingue solía estar de saldo en Argentina. Es el segundo libro del autor de “On the road”, y compuso su universo literario antes de escribir la famosa novela.

Llevé este libro al Taller de Poesía Contemporánea para mostrarles a los participantes cómo trabaja un poeta. O, al menos, uno de los métodos de la poesía contemporánea, inspirado en un oficio periodístico que se encontraba en auge por aquellos años ´50 en que se hicieron los esbozos. El método es utilizado hoy por prácticamente todos los poetas. Permite componer textos crudos, testimoniales y significativos, al tiempo que ayuda a desacralizar el acto de la escritura. El poeta ya no tiene que estar “sentado tranquilo y en silencio” para escribir, puede hacerlo en el asiento del transporte público, en un café camino a una cita de trabajo o simplemente esperando su turno en el banco. Dismuinuye la presión de la inspiración, y permite que el poeta realice su tarea durante su vida cotidiana y no deba necesariamente apartarse de todo para escribir.

Como tengo la obsesiva costumbre de hacer también la mayoría de las tareas que les sugiero a los miembros del taller que hagan (una ética autoimpuesta, ya que nadie me pide pruebas de nada), utilicé una simpática libreta que me regalaron en Navidad para esbozar algunas anotaciones con el fin de convertirlas en poemas. Acepté una invitación para asitir a un evento y me pareció una buena ocasión para hacer unos esbozos: tenía que tomar el metro, caminar hasta la galería y volver. Durante el regreso hice estas notas, con la libreta en mis rodillas y apretado en el asiento por una señora gorda que me miraba con curiosidad.

MI libreta de “esbozos”. Nótese que arriba hay unas referencias al chile seco. Vale decir que no tengo “libreta de poesía”, sino que escribo en las mismas libretas donde tomo otra clase de apuntes.

Con estos esbozos planeaba escribir un poema. Lo hice, finalmente, dos horas antes de la clase. Tenía media hora de tiempo hasta tener una reunión previa a la clase, así que paré en un café, me senté y traté de “expandir” los esbozos, rememorando las sensaciones e ideas que cruzaban mi mente durante el episodio. La idea era “recrear” las frases a las que se refieren las palabras de los esbozos escritos a las apuradas. Mientras degustaba un exquisito café de espacilidad en la Roma Norte, escribí en otra libreta más amplia con renglones (son mucho más cómodos para formar oraciones que las hojas en blanco), lo que sería el esqueleto de futuros versos.

En letra espantosa y muchos tachones, empiezan a tomar forma los versos aunque con una total ausencia de lírica y gracia.

Luego de mis quehaceres, llegué al Taller de Poesía Contemporánea y, mientras esperaba que arriben los participantes, me senté en el escritorio del departamento donde damos la clase para componer, finalmente, los versos. Elijo en esta instancia no usar mi letra imprenta minúscula usual en mi escritura manual, sino letras mayúsculas más prolijas que me obligan a escribir más despacio. Esa lentitud, ese dibujar de las letras, también me permite pensar mejor cada palabra, lo que no elimina la posibilidad de que tenga que tachar parágrafos enteros. El atardecer en la Roma se había llevado la luz y el poema como tal empezaba a nacer.

Un hermoso escritorio decimonónico para el último poeta que escribe en papel.

Así llegué a una versión formada del poema. Podría haberla leído en voz alta, pero la clase discurrió en otras lecturas y conversaciones de ocasión probablemente más estimulantes. De algún modo, también, sentía que no estaba terminado. Así que cuando llegué a mi casa pasé en limpio en mi computadora este escrito que fui construyendo a lo largo de los días cambiando muchas cosas y sumando otras. Descubrí que , a pesar de ser la tercera instancia de escritura, las últimas notas resultaron tan caóticas como las anteriores. La materialidad del teclado y la pantalla -cómodos, amplios, sin dedos que duelan- me permitió observar el texto holísticamente y acomodarlo según un significado que se esboza en los borradores pero no se dice.

Esta es la versión final:

Muestra del taller de Fotografía

La institución universal
de la fotografía profesional
me convoca una vez más.

Voy a una Muestra de Fotos
apuro el tranco por Polanco
soy una brisa con prisa
me acompaña el cartel
que se repite en el cantero arado
vende, impúdico,
las lágrimas de un niño en super HD
una cámara automática
convierte a la muestra de fotos
en una peformance gastada
otra más de tantas
todas esas fotos
que son la misma:
un objeto random
que se deja fotografiar mansamente
no tienen sueños, no duermen,
los objetos
viven adentro de cuadros
adentro de
discos rígidos
bajo nomenclaturas seriadas,
siempre en negro y blanco
los objetos fotografiados
por los alumnos de taller.

La fotógrafa
me da un abrazo
charlamos con los dientes exhibidos
me dice “yo veo muchas fotos”
y hace scroll
con su índice adornado con
precisos garabatos.

En la banqueta berreta de Polanco careta
el cartel ofrecía cámaras perfectas
para una perfecta realidad
donde no hay que aprender nada
donde todas las fotos son
retratos de nítidos contornos
las del taller son
sinuosas
están llenas de dudas
¿me amarán,
seré admirada
tendré sueños
y esperanzas
estas fotos me darán
la gracia
de ser la que teja su propia lana?

¿Cuántas fotos se producen
y cuántos son las que se miran?
me pregunto y acepto
otra copa de cortesía
en la muestra fotos
a la que siempre estoy llegando.

En el metro la tele me mira
pasa el video de Beatiful People
Black Keys y sus guitarras
de blues publicitario
mientras me apego a los
cuerpos de olores rancios
agolpados en la puerta
le digo adiós a esas
guirnaldas exhibidas en paneles blancos
acompañadas de mezcales transparentes
y talleristas bellas y ricas y sonrientes.

Los humanos del vagón que me
escupe por la tierra oscura
sacan fotos que se ubican
en un server de California
que se cuelga algunas noches de semana.

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¿Es mi mejor poema? Probablemente no. ¿Es, siquiera, un buen poema? No lo sé. Pero es, y eso es suficiente. Una poesía se escribe y se deja y después anda sola y se comunica con los demás de formas misteriosas, no acepta ser juzgada realmente. Pero el método de los esbozos es una buena forma, tan buena como cualquier otra, de mantenerse escribiendo aún cuando pensamos que no tenemos tiempo y en realidad es que nos cuesta concentrarnos. No garantiza escribir un buen poema, pero sí ayuda a terminarlo. Y como decía un jefe que tuve: “las cosas hay que hacerlas para que se hagan”.

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